Crisis de la energía: diez visiones de una realidad
- apeveeditor
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A modo de contribución para un debate en el seno del periodismo
CÉSAR VACCHIANO
La coyuntura económica en Europa ha quedado condicionada por la invasión rusa de Ucrania, las medidas reciprocas que la UE y Rusia adoptaron a causa del conflicto y las consecuencias de haber convertido la energía en un arma de presión alteró la economía de los países democráticos a causa de la inflación.

Este documento configura diez visiones del problema desde una perspectiva que el periodismo sereno permite aportar para contribuir al debate sobre una cuestión fundamental: la crisis energética.
1.- Europa no ha logrado una soberanía energética. Durante los últimos treinta años ha subordinado su política a las directrices alemanas que fomentaron su dependencia de Rusia. Todo a favor del gas natural, a precios determinantes para la competitividad de la industria alemana, con infraestructuras compartidas que han condicionado decisiones en otros países, hasta superar el 65% del consumo europeo de gas natural y con aumento paralelo de las compras de crudo petrolífero. En 2021, la UE importó el 57,5% de todos sus consumos energéticos y en la actualidad ha debido buscar proveedores alternativos sin abandonar todavía compras al invasor. Sin soberanía energética no cabe autonomía industrial ni económica. ¿A quién beneficia la situación actual?

2.- Europa ha liderado los compromisos medioambientales. Fruto de los sucesivos acuerdos en las cumbres del clima se ha impuesto metas que ponen en riesgo su competitividad industrial y la transición de numerosos sectores económicos, ahora aún más por el efecto colateral de las sanciones. Siendo generadora de más del 20% del PIB mundial, Europa solo es responsable del 8% del CO2 vertido a la atmósfera. Un liderazgo no correspondido por los grandes países contaminantes -países asiáticos que no sufren los desorbitados precios de las fuentes fósiles al comprar a Rusia con descuentos - lo que compromete el futuro de la propia industria europea, aunque permita acelerar cambios tecnológicos.
3.- Europa no ha asumido el desarrollo de fuentes autóctonas. Al contrario de lo ocurrido con la industria aeroespacial, ha dejado de lado el desarrollo de una industria nuclear propia a pesar de disponer de más de cien reactores operativos y de varias iniciativas nacionales para nuevas centrales. Ha fomentado con retraso la generación eólica y fotovoltaica, pero ha eliminado la posibilidad de “fracking”( extracción de petróleo de esquistos) siempre subordinada por minorías ecologistas dogmatizadas. La capacidad técnica y la experiencia de operación pueden dar a Europa un liderazgo en el campo nuclear y aportar un 25% de sus necesidades energéticas, con estabilidad y a costes competitivos. Así lo ha reconocido la Comisión asumiendo la oportunidad de nuevas inversiones en proyectos nucleares.

4.- Europa ha generado normativa de riesgo para sus sectores industriales. Fruto del afán conservacionista ha impuesto metas limitativas de la actividad industrial con impacto en sectores clave y repercusión económica para su población. Desprecia, por ejemplo, las mejoras en los carburantes y no valora el impacto contaminante del ciclo completo de gestión de las baterías eléctricas para automóviles en su imposición del vehículo eléctrico desde 2035 – ahora revisada - sin ningún tipo de garantías. ¿Tiene sentido destruir la economía europea por la descarbonización cuando el CO2 supone el 0,04% de la atmosfera y solo el 3% es generado por la actividad humana? Políticos sin respaldo técnico se han plegado a los intereses populistas en todos los países.
5.- Una obsesión fiscalizadora domina los gobiernos. Todos los gobiernos han fomentado el uso de la energía como fuente de ingresos fiscales, a veces con abuso de su posición normativa. Ignorar que la energía está en la cabecera de la cadena de valor de numerosos bienes y servicios es un factor endémico en contra de la competitividad de los países. La crisis derivada del sistema tarifario de la electricidad en la UE es un ejemplo significativo que en España ha adquirido carácter abusivo por el gobierno actual.
6.- España representa un ejemplo en la crisis por su gestión cortoplacista. La falta de una visión estable con planificación y consenso de Estado – desgraciadamente como en otras competencias de gobierno – han derivado las decisiones energéticas a criterios de coyuntura que han contaminado las tarifas con obligaciones de subsanación de errores anteriores. Pueden sintetizarse en cuatro apartados concretos susceptibles de un desarrollo más profundo.

7.- España aplica un dogma ideológico en su renuncia a la energía nuclear. Lejos de aprovechar sus recursos humanos, el dominio de la tecnología, la experiencia de operación, la minería de uranio, la evidencia de costes competitivos y la necesidad de fomentar la autonomía energética con estabilidad para sus redes de transmisión, los gobiernos españoles ignoran la fuente nuclear por un hipotético riesgo electoral. Siendo la fuente que más valor añadido deja en el país, con garantía de estabilidad para sus redes de transporte de electricidad y mayor autonomía proporciona, prefiere eludirse la responsabilidad de una decisión que respaldaría el verdadero progreso.
8.- El gobierno de la energía se produce sin consenso y con improvisación. Ello ha derivado en carencias de planificación adecuada, subvenciones que se convirtieron en motivo de especulación financiera, abandono y anuncios de abandono de fuentes seguras y siempre con criterios de recaudación fiscal o improvisaciones tarifarias que implican obligaciones futuras. Todo ello sin la búsqueda de encuentros políticos que clarifiquen una visión de consenso. En 2023, con una dependencia exterior del 68% e importaciones equivalentes al 2,3% del PIB, la producción fotovoltaica – elemento privilegiado de la inversión - apenas representó el 9% de la demanda interna de electricidad y nos conduce a una nueva dependencia de China, que también alcanza al vehículo eléctrico.

9.- Los compromisos medioambientales pueden integrarse en la planificación. Es una carencia significativa el dar coherencia a los objetivos de sostenibilidad con la planificación energética, buscando a la vez una mejora de la soberanía del país. La gestión del crudo con mejoras evidentes en las técnicas de refino, permite mejoras en los vertidos atmosféricos sin estigmatizar los vehículos de combustión; la utilización del hidrogeno como combustible exigirá excedentes en la generación eléctrica; la generación distribuida para usos domésticos requiere apoyo financiero y coordinación. Aspirar a un 15% de generación fotovoltaica no ignora prever un 45% de contribución eólica - lo que exigirá inversiones que garanticen la estabilidad de las redes -, pero ambas son intermitentes lo que exige una decisión de respaldo sobre el 40% restante. Hidráulica y nuclear pueden aportar el 30%, limitando el gas en los ciclos combinados a un 10% complementario que ofrece un mix muy competitivo. Solo falta un acuerdo político que vea el horizonte con objetividad.

10.- La diplomacia forma parte de la economía. Los errores cometidos por la diplomacia en una coyuntura energética tan dependiente del exterior representan un signo de insolvencia. Una tarifa eléctrica dependiente del gas se ha visto retorcida por los precios de suministro. Ha faltado no solo la planificación anterior, también visión sobre las dependencias en el suministro y la incidencia de los precios artificiales derivados de la crisis política. Los intereses nacionales han superado la capacidad de la UE para actuar como un comprador centralizado y los agravios percibidos por Argelia dejan a España al margen de una pronta solución. Una alternativa parcial, impuesta desde la visión de Donald Trump, no significa más que mayor coste sin reducir la dependencia.
Una conclusión. La recuperación económica se ha visto afectada a pesar de un petróleo relativamente barato y aunque mayores tipos de interés restrinjan la actividad para limitar la inflación, la única seguridad energética a precios tolerables vendrá de una oferta no contaminada por las pasiones políticas, contribuyendo a una recuperación industrial que Europa necesita. Por lo que afecta a España, sin mejorar nuestra autonomía energética con soluciones vinculadas a la realidad técnica y sin populismos, no aportaremos nada a la solución. Los futuros centros de datos que una economía moderna necesita, la generación de hidrogeno como fuente complementaria, la demanda creciente de un consumo del bienestar y la previsible aportación a un parque significativo de vehículos eléctricos, requieren otra política que no parecen concebir sus responsables.



