La Inmaculada: Fiesta de luz y devoción
- apeveeditor
- 7 dic
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MIGUEL SANCHÍZ
La solemnidad de la Inmaculada Concepción, celebrada cada 8 de diciembre, es para muchos de nosotros un momento de júbilo, gratitud y profunda unión espiritual. Como la mayoría de los miembros de la APEVE —aunque hablo solo en mi nombre— siento la necesidad de resaltar la fuerza de esta devoción mariana que nos acompaña desde generaciones y que sigue siendo fuente de esperanza y renovación en nuestras comunidades.

La Virgen Inmaculada es signo de pureza y de entrega total a Dios. En ella contemplamos la obra perfecta del amor divino, que la preservó del pecado desde el primer instante de su existencia. Esta verdad, proclamada por la Iglesia y vivida con fervor por los fieles, nos recuerda que la gracia puede transformar la historia y que la luz vence siempre a la oscuridad.
La fiesta de la Inmaculada no es solo un día en el calendario litúrgico: es un verdadero canto de alegría que se eleva desde los corazones creyentes. En nuestras parroquias, asociaciones y familias, la celebración se convierte en un espacio de encuentro, donde la oración se une al canto y la tradición se mezcla con la esperanza. Es hermoso ver cómo, año tras año, la devoción mariana se transmite de padres a hijos, de abuelos a nietos, como un tesoro que no se pierde, sino que se enriquece con cada generación.
Como la mayoría de los miembros de la APEVE —aunque hablo, siempre, solo en mi nombre— siento que esta fiesta nos invita a vivir la fraternidad y el compromiso. La Virgen Inmaculada nos enseña a mirar al prójimo con ternura, a construir comunidades más justas y solidarias, y a mantener viva la llama de la fe en medio de las dificultades. Ella es madre que acoge, que consuela y que impulsa a caminar con confianza.

Celebrar la Inmaculada es también celebrar la vida, la belleza de lo sencillo y la fuerza de lo eterno. Es abrir el corazón al misterio de Dios que se hace presente en la historia y que nos regala a María como estrella que guía nuestros pasos. Por eso, en este día, elevamos nuestras voces con júbilo y proclamamos con amor: ¡Bendita seas, Virgen Inmaculada, madre de todos, esperanza de los humildes y alegría de los que creen!
Que esta fiesta sea para nosotros un recordatorio de que la devoción mariana no es solo tradición, sino camino vivo de fe y de amor. Unidos en la APEVE, celebramos con gratitud y con la certeza de que María sigue siendo luz en nuestras vidas y en la vida de la Iglesia.



