La política de las cosas simples
- apeveeditor
- 23 nov
- 2 Min. de lectura
MIGUEL SANCHÍZ
En la Tertulia de Paco Cerro hemos aprendido, casi sin darnos cuenta, que las conversaciones más hondas nacen siempre de lo cotidiano. Allí, entre risas, recuerdos y argumentos bien hilados, uno descubre que la política —esa palabra que tantos temen y que otros tantos utilizan como arma arrojadiza— no vive solo en los parlamentos ni en los titulares. Vive, sobre todo, en la vida diaria. En lo que decidimos, en lo que callamos, en cómo nos organizamos para convivir.

Cuando Paco —a quien me une una amistad de décadas en RTVE— me invitó a formar parte de esta tertulia, incluso nombrándome Socio de Honor, pensé que aquello sería un refugio intelectual, un rincón para hablar de libros, de ciudades, de anécdotas y de vidas. Lo es. Pero también es algo más: es un laboratorio silencioso donde cada cual, desde su experiencia, confirma que todo en la vida tiene un trasfondo político, aunque no hablemos de bandos ni de partidos.
Pongamos un ejemplo simple: elegir la hora en la que encendemos la luz, la ruta por la que llegamos a casa o el modo en que saludamos al portero. Cada gesto, cada decisión mínima, está atravesado por normas, costumbres, estructuras, acuerdos colectivos. ¿Es política eso? Por supuesto. La política, en su raíz más noble, es el arte de organizarnos para vivir juntos. Y vivir juntos exige pactar, ceder, decidir y aceptar.
Cuando decidimos respetar un semáforo, estamos haciendo política. Cuando en una comunidad de vecinos se pacta el horario de silencio, estamos haciendo política. Cuando los padres de un colegio acuerdan qué actividades extraescolares ofrecer o si el patio tendrá más árboles o más cemento, también es política. La vida —toda ella— está tejida con hilos de decisiones compartidas.

Y, sin embargo, en la Tertulia que Paco ha levantado en Boadilla, esa política cotidiana aparece despojada del ruido. Allí, intelectuales y profesionales como Javier Algarra, Miguel de los Santos, Rafael Cordero, Leticia Catalán, César Vacchiano, Luis Buceta y tantos otros, conversan desde la serenidad, la experiencia y la curiosidad. No necesitamos levantar la voz ni pelear por un escaño imaginario. Basta con escuchar, aportar y disfrutar del privilegio de pensar en compañía.
Esa es, quizá, la mayor enseñanza de la tertulia: que se puede hablar de política sin parecer que hablamos de política. Que se puede reflexionar sobre la vida sin caer en trincheras. Que las ideas —como las aguas mansas— avanzan más lejos cuando nadie intenta forzarlas.
Por eso, cuando Paco me pide escribir en la página de APEVE, pienso que lo mejor que puedo aportar es esta mirada amplia: la convicción de que todo acto humano contiene un latido político, no porque busque dividir, sino porque nace de nuestra necesidad de convivir. Y que comprender ese latido, abrazarlo sin miedo, nos hace más responsables, más atentos y, sobre todo, más humanos.
Si la política es el arte de vivir juntos, entonces la Tertulia de Paco Cerro es, sin proponérselo, un hermoso ejercicio político. Uno hecho de respeto, de humor, de inteligencia compartida. Un lugar donde, sin hablar de política, uno aprende a entenderla de la mejor manera: desde la vida.



