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Las comparaciones son odiosas.

  • apeveeditor
  • 21 nov
  • 2 Min. de lectura

JOSÉ MARÍA GARCÍA CARRASCO


En una mañana cualquiera, como la de hoy mismo, el sol apenas despuntaba en el horizonte, tiñendo el cielo de un tono cálido que anticipaba un nuevo día. Jesús, conocido cariñosamente como el Chuti, pequeño de estatura, pero grande en corazón, aparcó su moto con la que compartía jornadas laborales junto a su inseparable amigo Zahonero. Este último, un hombre robusto y con una risa contagiosa, era como un faro de alegría en la vida del Chuti.


José María García Carrasco
José María García Carrasco

Mientras se bajaban de la moto, el Chuti sintió la brisa fresca del amanecer y comentó con una chispa de humor: "Hace un vientecillo que corta el cutis". Su voz, aunque pequeña, resonaba con la fuerza de su personalidad. La broma era un guiño a la frescura del día, algo que siempre le hacía sonreír.

Zahonero, mirando al cielo con su cara de buenazo, respondió con un tono burlón y exagerado: "¡Que va! Hace un ventarrón que rompe el forro de los cajones". Su risa retumbó en el aire, y ambos hombres se dejaron llevar por la camaradería que solo años de amistad podrían haber cultivado.

Sin embargo, en esa simple conversación se encierra una reflexión profunda. Las comparaciones, aunque a veces inocentes, pueden nublar la belleza de cada uno. El Chuti, con su agudeza y picardía, y Zahonero, con su calidez y tamaño, representaban dos maneras de ser igualmente valiosas. Cuando se comparaban, se olvidaban de lo que realmente importaba: la conexión que tenían entre ellos, el respeto mutuo y el cariño sincero que había florecido a lo largo del tiempo.

Así, mientras la brisa mañanera jugaba entre ellos, quedó claro que las comparativas son odiosas, mi amigo. Lo importante no es quién es más pequeño o más grande, sino la grandeza del corazón que cada uno lleva dentro y la amistad que les une.

 
 
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